Educación emocional: Este concepto, hasta hace bien poco inexistente, está cada vez más y mejor instaurado en la actualidad. Una novedad estupenda desde luego, pero como ocurre casi siempre en temas educativos, olvidamos el santo grial de la enseñanza: Predicar con el ejemplo.

Ahora, gracias a este nuevo boom, podemos encontrar mucha información sobre cómo trabajar la educación emocional con niños. De hecho, si ponemos esta frase en el buscador de google, nos aparecen una gran variedad de resultados. Pero yo ahora te voy a animar a que te olvides por un momento de google, y te hagas esta pregunta a ti misma/o.

¿Cuál es la mejor manera de ofrecer una buena educación emocional a tus hijos?

En realidad, la respuesta, (mi respuesta al menos, cada cual tendrá la suya) la cito en el primer párrafo: Predicar con el ejemplo, además de ser coherentes y tener claro que los niños son niños, y tienen derecho a serlo.

No tiene sentido decir a los niños que tienen que controlar sus impulsos, si nosotros no hemos aprendido a hacerlo correctamente.

Aquí hemos de tener en cuenta, que controlar un impulso no es inhibirlo. Algo maravilloso de los niños, es justamente su capacidad para soltar las emociones, dejarlas fluir, y volver al equilibrio de manera automática. Esta es una cualidad con la que nacemos, y que desgraciadamente se va perdiendo debido a nuestra excesiva actividad mental.  Cuando se sienten frustrados; lloran y se enrabietan para diez minutos después, tras haber soltado su frustración, estar jugando tan contentos sin acordarse en absoluto de lo que les hizo enfadar hace un momento. Los niños, en algunas ocasiones, son unos verdaderos maestros al respecto de cómo gestionar las emociones. Entonces, antes de cuestionarlos, tal vez lo primero que debemos hacer es observarlos y reflexionar un poco sobre sus actitudes.

Pensemos ahora en la situación inversa, cuando somos nosotros los que nos enfadamos con el niño y tenemos una rabieta. Algo muy curioso, así como muy interesante de observar, es que cuando esto ocurre, sale a la luz el nivel de maduración emocional del padre/madre. La mayoría de los adultos tenemos conflictos emocionales, que si no resolvermos a su debido tiempo, trasladamos a nuestros hijos durante la crianza. Sobre esto se podría hablar largo y tendido, pero como este post no puede hacerse eterno, voy a enumerar dos situaciones básicas que se suelen dar bastante a menudo.

Todo en su justa medida cómo decía Aristóteles, veamos si nuestras emociones se pasan de la ralla.

La primera situación está relacionada con la intensidad de nuestras reacciones. Cuando reñimos a un niño la reprimenda debe ser acorde tanto con lo que el niño haya hecho, como con su desarrollo evolutivo, y ambos padres deben usar la misma medida.

Esto es muy importante, si se riñe a un niño de la misma manera si ha hecho algo leve que algo grave, no aprenderá a distinguir adecuadamente lo que es más o menos dañino. Una persona adulta, con un sistema emocional maduro, reaccionará de la forma adecuada según la situación. Recordemos ahora la típica técnica de la zapatilla, que muchas personas de nuestra generación han sufrido. Si manchabas el sofá de chocolate zapatillazo al canto, si le clavabas una pintura a tu hermano zapatillazo también, daba igual lo que hicieses, el resultado siempre era el mismo: una suela de zapatilla plantada en tu trasero.

Por otro lado, es muy importante calibrar antes de reñir a un niño, si realmente ha cometido una falta, o lo que ha hecho es algo simplemente normal dado su nivel de desarrollo. Si un niño de tan solo dos años se ensucia la ropa, es lo normal. Lo que no sería normal es ver a un pequeño de esa edad que no lo hace. Todavía no tienen el desarrollo psicomotriz lo bastante avanzado como para controlar este tipo de actitudes.

Dejemos a los niños disfrutar de su libertad por dios, que ya bastante traumatizados estamos los adultos.

Además, hemos de ser conscientes de si nuestra manera de calibrar lo que es correcto y lo que no, está más basada en lo que consideramos «socialmente correcto» que en lo que es simplemente normal para un niño. A mi personalmente, que mi hijo se ensucie la ropa me importa un pito, y lo que piense la gente que lo vea también.

Por otro lado, es un gran error esperar que los niños se comporten como si fuesen más mayores de lo que son, o incluso esperar un comportamiento adulto por su parte. De hecho, muchas veces las famosas rabietas que se producen sobre los dos años, son generadas por la frustración que siente el niño al no comprender su entorno, o no estar preparado para actuar como se le está exigiendo.

La segunda situación sobre la que voya a hablar, está relacionada con la duración de las reacciones emocionales:

La frustración hay que soltarla y dejarla fluir para que no se convierta en un trastorno emocional.

Una reacción emocional sana, es aquella en la cual, tras haber liberado la tensión originada por la emoción, volvemos al equilibrio interno. Aprendemos del conflicto y lo tenemos en cuenta, pero no lo cargamos en nuestra mente. Lo que ocurre a veces en un adulto en contrapuesta a lo que sucede con los niños, es que tras un conflicto, tu mente empieza a rumiar y regocijarse en el conflicto, y se niega a dejarlo ir. Esta actitud tan tóxica puede durar incluso días y semanas para algunas personas. Cuando esto ocurre como norma general, aquí hay un trastorno emocional que solucionar, si no queremos que nuestros hijos lo hereden.

¿Y cómo lo heredan? Pues sencillamente, aprendiéndolo. Si tu hijo comete una falta, digamos que grave, y tras la reprimenda pasas días enfadada/o con él por lo sucedido. El niño aprenderá a hacer lo propio, a no dejar ir los enfados (y años después te echarás las manos a la cabeza cuando tu hijo/a adolescente lleve un mes sin hablarte). Aunque esto no suceda con el niño, también tomará ejemplo si sus papás tras haber discutido pasan días enfadados. ¿Y verdad que no queremos esto? ¿Qué lo que queremos para nuestros hijos es que vivan el momento presente y no una continua rumiación? ¡Prediquemos con el ejemplo pues!

Por todo esto y mucho más, es muy importante que los adultos trabajemos en nosotros mismos la educación emocional.

Que viene a ser la capacidad de expresar y encauzar correctamente las emociones.

El foco de la cuestión aquí, es hacer un trabajo en nosotros mismos. Observar nuestras reacciones y hacer una profunda introspección. Fijarnos en cuáles son nuestras actitudes emocionales y porqué. Según nosotros vayamos trabajando en nuestra propia educación emocional, mejor ejemplo le podremos dar a los niños. Aquí no obstante dejo una advertencia: En caso de que intentemos hacer este trabajo de un modo superficial, usando técnicas que aprendemos de Perogrullo, se hará muy complicado para nosotros y será difícil que funcione, debido a que no habrá coherencia entre lo que sentimos y lo que enseñamos.

No se educa solo con libros y conocimiento, se educa también con corazón, y debe haber coherencia entre ambas cosas. Si queremos hijos con una sana gestión de sus emociones, trabajemos primero en nuestra propia salud emocional.

Antes de terminar, no olvidemos la regla de oro: No sentirnos culpables. No hay padres perfectos ni hijos perfectos. Todos estamos aprendiendo y haciéndolo lo mejor que sabemos. Y lo realmente importante es eso, seguir aprendiendo y avanzando juntos.

 

Imagen: Robert Collins